jueves, 2 de octubre de 2008

Proyecto de cuento.

No había escrito nada hoy, y creo que de hecho no he pensado en nada que valga la pena escribir. El compromiso es escribir todos los dias, cualquier cosa, así que vamos a ver que pasa. 
 A veces pienso que todo esto de escribir en un blog tendría más sentido si lo del periodismo se me diera mejor, o si pudiera publicar eventos que interesen a mucha gente, o si por lo menos escribiera algo relativamente literario cada  semana. Pero la cosa no es tan sencilla. 

Hoy por ejemplo, caminaba por el centro hablando solo, como suelo hacerlo, y arreglandome el pelo para que no se me meta en los ojos cuando me encontré con una estatua en un balcón. En el barrio de la candelaria, en el centro de mi ciudad, hay muchas estatuas en lugares altos; pensé entonces en un sujeto que se asoma a la ventana  y ve pasar a una mujer, una mujer tal y cómo me gustan, no me importa si al sujeto no le gustan así. Se dice que es una lastima no poder seguirla sin parecer un psicópata. Me acordé del cuento de Raúl Harper, Persecuciones, y pensé que podría seguir a la mujer, porque, sorpréndete lector(a) mío(a), sólo pensé en la mujer de ficción porque una hermosa mujer de cabellos largos, negros, rizados y hermosamente brillantes me pasó al frente dejando tras de si un aroma de canela.  La seguí una calle, no tenía unas nalgas particularmente grandes, ni redondas, sin embargo las encontré bastante provocativas. Cuando dobló en la esquina me devolví a mi lugar anterior. Pensé entonces que el sujeto de mi cuento tampoco la seguiría, pero él no lo haría porque, al bajar, ella ya habría desaparecido dejando tras de si un rastro de canela. 
El hombre entonces caminaría por la calle arriba y abajo intentando descubrir una pista para hallarla. Pensé que dado que lo mío son los sujetos obsesivos, él podría encontrar una pista en cualquier parte.
  La mujer de verdad regresó, ahora bajaba por la calle, llevaba en sus labios una sonrisa, tenía unos ojos bastante lindos, la maldije un poco porque ahora no podría buscar pistas en el universo entero para hallarla, y porque mi personaje la vería, al igual que yo. Claro, si es que yo dejaba que la viera. No la seguí porque la quería perdida en la ciudad. Y le pedí a mi personaje que se metiera en un bar en el que sonaba Losing my religion de REM. Básicamente porque me gusta la canción y porque si él la veía se acababa el cuento. Ella se sentó a unos tres metros de mi, se soltó el cabello y me quedé embelesado viéndola. Dios. amo la cabellera humana, si yo fuera un indio pielrroja tendría la colección más grande de cabellos que se haya visto jamás, y cuando todos los otros indios durmieran, me los pondría como disfraz y jugaría un poco. Si un dia llego a tener el pelo largo me haría dos colas o tres, eso de tener una sola me parece aburrido...  
El asunto es que no podía dejar que mi personaje la viera, así que pensé que podría encontrar a Dios en una botella; y a Buda en un cigarro.  Entre los dos seres superiores le explicarían al sujeto que eso de buscar señales es como cosa de locos, y que ya que estaba loco ( imaginen, ver divinidades en un cigarro y una botella de cerveza) cómo podría estar seguro de que en verdad la había visto. Él me maldeciría un poco, porque quién me manda a andar creando personajes locos. Mi pregunta me hizo dudar y miré de nuevo a la mujer. Ya no estaba. Puta, me dije, la estaba imaginando, con razón regresó. Saqué al personaje del bar, y supuse que debía ponerlo a buscar un poco más, vomitar en el piso, mostrarle el trasero a un bus de transmilenio, y comerse una puta a la que no le pagaría porque la tipa no gimió lo suficiente ( si uno va a pagar por sexo silencioso, mejor se hace una paja, diría él). Tú sabes por esto de llamar la atención de los lectores de " literatura urbana colombiana" pero preferí dejarlo en que simplemente vomitara y la viera. Y es que casualmente ella había regresado. Pues yo lo sospechaba, mujer imaginaria que se respete se deja ver tres veces, ni una más ni una menos. La chica entró al bar al que yo pensaba entrar a ver un evento de cuentería, encontré interesante su comportamiento, pero no la quería mirar mucho, las mujeres imaginarias se agotan un poco con cada mirada. 
Mi personaje se acercaría a ella y la miraría, daría vueltas alrededor de ella, ella pondría su mano dentro del bolso. La puta caminaría por la esquina, sin ninguna razón particular para estar en el cuento, igual no se le iba a pagar por la aparición. El le diría que tiene el olor a canela imaginario más perfecto que había olido jamás. Ella le diría que el tiene el olor a vomito más horrible que había olido jamás, el reiría y se sentaría a su lado. Finalmente es imaginaría, no puede irse, pensaría. Ella se quedaría allí sin saber porque entre fascinada y asqueada por el sujeto, le regalaría un pañito húmedo, porque las mujeres cargan cosas raras en la cartera, incluso las imaginarias. Ël se limpiaría un poco, su olor mejoraría y le diria a ella, que el sabe que es imaginaría pero que no puede dejar de mirarla, que  ha pasado horas buscandola y que sabe que suena un poco loco y obsesionado. No es su culpa, todos mis personajes son así.  Nunca he conocido una mujer que huela como tú. No es perfume, le diria ella. Ni jabón diría él, seguro de lo que dice. Ella sonreiría y se levantaría. 
Yo entré al bar al que iba a entrar, porque el narrador ya había llegado, me senté en una mesa al frente.  A mi derecha estaba ella sentada, la miré de nuevo. Pensé que podría pedir que me la presentaran luego, a pesar de ser imaginaria, hasta entonces la miraría poco para que no se desvaneciera.  La miré un par de veces durante la función, sonreía. Pensé en que quería que la historia de mi personaje se acabara pronto, que Dios y Buda eran personajes poco aprovechados por la narración, y que la cerveza en ese bar estaba muy cara.  Cuando la busqué de nuevo a mi derecha, ya no estaba. Entonces no supe como terminar la historia. Dije Carajo bajito para que nadie me oyera, sonreí, aplaudí, sequé una lagrima de mi personaje, y olímos por ultima vez el rastro de canela que dejó su partida.

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