lunes, 8 de septiembre de 2008

15 gritos, una coca-cola y una gota de sangre.

Lo de los 15 gritos es una narración, La noche de los 15 gritos. la coca-cola es el unico vicio que tengo ( no bebo, no fumo( ya no), no soy sadico, no maltrato animales por diversión, no persigo a los judios, ni aprendí 15 artes marciales distintas para acostarme con muchas nenas. Y bueno, lo de la sangre es porque... bueno, me gusta la sangre, tiene una textura interesante, significa mucho el que la sangre se derrame, y es aún más significativo el hecho de que se comparta con alguien. No tengo manias vampiricas ni nada de eso, pero la sangre es fascinante.

La noche de los quince gritos.

Pues bien, el primer grito fue el de una mujer, una mujer alta, de pelo negro corto, ojos grandes, y unos treinta-y-algo. Un grito es sólo eso, podría haber visto un reflejo raro en la ventana, o quizas un raton paso corriendo entre sus piernas. Quiza, su esposo la estaba abrazando y por accidente le cortó un dedo, como en aquella pelicula. Solo fue un grito, ni siquiera demasiado fuerte, no lo oí, pero sé que existió. Miro a la mujer de manera obsesiva cada rato para ver su cuerpo al caminar, su sonrisa al oir algo divertido, y la manera en que maneja los cuchillos, como si en otra vida, o en esta se hubiera dedicado a hacer malabares con ellos.

El segundo grito vino de abajo de mi casa, un hombre extranjero de cabellos negros, una mandibula cuadrada, y ojos pequeños, como si siempre estuviera apuntando a lo lejos. Con un sombrero encima, un tabaco en la mano derecha, y un indio muerto a sus pies sería un vaquero cualquiera del lejano oeste. No habla bien el español, y es claro que nadie esperaría que ese hombre parecido a los vaqueros más rudos pudiera gritar pero lo hizo.

Luego vino el tercer grito, o los terceros gritos, una pareja en el piso de arriba estaba aparentemente arrancandose a bocados la piel, el gritaba, ella gemia como cansada y adolorida, un gemido no es un grito. Los golpes de los vecinos no detenían su faena, salí un momento al area comun para ver quienes querían detener ese delicioso y sangriento festín de placer y dolor. Unos golpeaban a la puerta, otros pedían en la portería que les hicieran un llamado: -Aquí viven niños- decían.

El cuarto grito fue un hombre que golpeaba la puerta, desesperado se había lanzado contra ella intentando romperla. Un lago, río, transparente se encontraba en el piso, nacía debajo de el. Se mantenía en el piso agarrandose el brazo y antes de que lo dijera lo supe, se había roto algo. Encontré increible que se pudiera hacer tanto daño al golpear una puerta. Me acerqué a ésta pensando que me gustaría ver el show en vivo y no sólo escucharlo. La patee. No cedió, probablemente ni siquiera notó que el hombre había intentado derribarla. Me encendí un cigarrillo y ofrecí uno al hombre que yacia en el suelo. No quiso, siguio llorando. Cerré los ojos.

El quinto grito vino acompañado de un empujon. Un amigo, vecino o lo que sea del hombre que lloraba por su hueso roto, me gritó por no auxiliar al hombre. -Malparido hijueputa!!, Gonorrea!!- Recuerdo sólo las primeras palabras, yo solo sonreía y disfrutaba. Los dientes atraviesan la carne en sus puntos más sensibles, la parte interna del muslo justo antes del pubis, el cuello destrozado por los caninos que se arrastran cortantes sobre él...

Puta!!! grito alguien en la portería. Llevaban ya unos 10 minutos timbrando al apartamento y nada que contestaban. Ese fue el sexto grito, El septimo vino poco despues de manera sorpresiva. El señor tomate, hombre de unos 50 años, redondo más que gordo, quien poseía una cabellera resistente que le rodeaba las orejas, y una calvicie persistente que dominaba todo el resto de su craneo, subia apresurado las escaleras. Estaba completamente rojo tras subir dos pisos. Había parado para tomar un respiro, y gritó, aunque probablemente no fue su intención: –¡Me muero!–. Yo seguía imaginando la escena, la mujer atada al hombre por las manos, firmemente, cada mordisco, cada pequeño pedazo de placer debía ser permitido y deseado por ambos, las posiciones limitadas, los cuchillos en la cocina, ella clava sus uñas en la espalda de él, el lleva sus manos atras para saber que podría pasar.La golpea contra la pared mientras intenta levantarla solo con sus piernas, y ella baja las manos buscando un punto más sensible.

El octavo vino de adentro del apartamento. Luego silencio. Fue un grito raro, crudo. No había en él nada, ni placer, ni dolor, ni sangre. Era un grito elemental. Terminé mi cigarrillo, quizas el segundo, y bajé. Con todo el asunto de la pareja nadie me recordó que no se puede fumar en el edificio. Peor para ellos.

Bajé a mi guarida para seguir acechando a la hermosa mujer del primer grito. Alta, cabellos negros, en su cocina. Quieta, mirando al frente como quien espera que la leche suba antes de apagarla. El noveno grito no fue sorpresivo. Mi nombre precedido de señor, alguien quería hablar conmigo, alguien del edificio. –Entenderá que su comportamiento no puede ser aceptado...– pregunté si era por haber fumado. Su rostro cambió de color, evidentemente no era por eso. –¿Es por qué vendo drogas en este apartamento?– No, no parecía ser eso. – Acaso la policia me relacionó con el ultimo senador asesinado? Demonios sabía que algun día harían bien su trabajo. Un consejo amigo, no se fie de la estupidez humana–. Y mientras nombraba uno tras otro crímenes imaginarios, desde robar la joyas de la corona inglesa hasta ser el nuevo lider de los grupos neonazies en Colombia, el señor del brazo roto entró por mi puerta. Le ofreci un cigarrillo.

Su ¡No!, fue el decimo grito. La pareja vecina seguía en silencio. Miré al administrador. – Muy bien señor, dejemoslo en que tengo dos meses para irme, y todos contentos. Le juro que de saber que estaba cerca no me hubiera fumado los dos cigarrillos solo, le hubiera invitado uno–. El administrador se levantó de la silla en que se había sentado durante mi confesión y salió por mi puerta.

No ayudar a un hombre que se hace daño a sí mismo no es pecado, antes es un acto de caridad – le dije a brazo-roto.– Digame que no se siente mejor persona que esta mañana, sacrificó un brazo por la moral y la justicia. Es un heroe.–.Reí, me miraba amenazadoramente, pero yo mantenía mi distancia. –Dentro de poco deben empezar de nuevo… la pareja. Por qué no sube a ver si con el otro brazo tiene más suerte, y logra hacerle mella a la puerta??– Fue entonces cuando me golpeó. El onceavo grito fue mio.

Solo en mi habitación de nuevo miré por la ventana. El hombre extrajero de abajo no estaba haciendo nada que me permitiera oirlo. La mujer, cabello corto y negro, sonrisa hermosa y delicada, debía estar acostada leyendo algun libro o tomando chocolate. –Carajo, me va a hacer falta cuando me vaya– me dije. No estoy seguro de donde provino el doceavo grito, pero fue distinto, como el de un ave. Un ave en la noche no grita de esa manera me dije, tal vez una grabación, una persona afonica, un ave enjaulada. Pensé en buscar el grito en internet, pero no pude definir como escribirlo.

Vino el treceavo grito. Una voz de hombre. Estaba en el baño cuando lo oi. Me acerqué a una ventana esperando ver algo. En el baño se oían las voces de personas hablando, en mi cuarto no. Sentado sobre el inodoro escuchaba a un par de personas. No entendí nada, eco…

El catorceavo fue de la mujer de la pareja, ya no gemía, ahora gritaba como enloquecida. Pensé en salir y ver a brazo-roto lanzarse contra la puerta de nuevo. Pero aún me estaba doliendo la mandibula y nadie sería tan imbecil de lanzarse dos veces contra la misma puerta en la misma noche. Imaginé que había despertado en la mitad de la noche y se encontraba atada. Había ya pasado hace mucho la media noche. Imaginé que despertó atada, y el hombre, su novio, su esposo tiene un cuchillo en la mano. –No!!– gritaba ella genuinamente asustada. Los gritos bajaron de intensidad, y luego el silencio. Miré de nuevo por la ventana, en la madrugada todo es silencioso, oscuro, y el frio se mete dentro de los huesos provocando una extraña sensación de entumecimiento. Imaginé que se había despertado en la mitad de la noche, atada, desnuda y con la ventana abierta. El hombre le hacia caricias con hielo, ella gritaba. Había gritado. Percibí un movimiento en el edificio de la mujer de ojos grandes y negros. Miré fijamente hacia alla, no hubiera querido que a ella le pasara nada malo. O tal vez sí.

EL quinceavo grito fue un grito de reconocimiento, algo como : ¡Hey! acompañado de un mano que se movia de un lado al otro, como saludando. Provenía de ella, ella en la ventana, mirando desde la oscuridad a la pareja que yo escuchaba. Le devolví el saludo. Mi compañera en el crimen, pensé. Y mientras me acostaba a dormir satisfecho con la noche decidí que de vez en cuando dejaría las cortinas abiertas.

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